lunes, 14 de agosto de 2017

La carrera.




   Siguió corriendo despavorida por toda la calle, parecía infinita o al menos la oscuridad no dejaba ver el final, lo prefería así ante el miedo a encontrar un muro que le impidiera continuar alejándose, el riesgo al obstáculo  le menguaba sus fuerzas y no quería detener la marcha, pero sentía como la flacidez de los músculos los hacía fallecer ante la exigencia del esfuerzo.
   La pierna derecha le tironeaba, apenas podía respirar, el abdomen dolía y pesaba, no se atrevía a volver la cabeza para mirar atrás.
   ¡Maldito chocolate! ¡Malditas cervezas! ¡Malditas las cajetillas de cigarro que fumaba con fruición cada día! ¡Maldita la pereza que la tuvo lejos del gimnasio! Y malditas las salsas de su madre, las pizzas del vecino, los pudines de la abuela, las horas frente a la computadora, el helado, la malta, los plátanos maduros fritos, el refresco, la ensalada fría, el arroz con leche… Maldita la vida que la dejaba sin oxígeno para maldecir y correr.
   Tropezó y cayó, sentía los pasos que se acercaban veloces y esperó lo peor, no vio el rostro de quien llegaba pero supo que era un hombre, le tendió la mano, la  incorporó y ella le dejó hacerlo sin resistencia,  a pesar del  olor a alcohol. Habló con voz fuerte:
   - Señora se va a matar,  lleva más de un kilómetro corriendo y la rata se escurrió por la alcantarilla cuando usted gritó.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Paralelo...




Yo también hice pruebas de ingreso a la universidad, no recuerdo ni por asomo haber tenido la tensión que tengo hoy, doy fe de que estudié, nos entregaron unos folletos con ejercicios y los de las asignaturas que debía examinar los hice todos.
En aquel entonces solo la de matemática era común a todas las especialidades, de acuerdo al perfil te presentabas a español e historia, biología y química o física y química. Claramente, estuve en el primer grupo, con el perdón de los apasionados de esas materias; la biología y la química nunca me gustaron.
El día de la prueba de matemática empezó el mundial de fútbol del 90, y me quedé en la escuela, el IPVCE José Martí de Holguín, viendo el juego Argentina vs Camerún, ahora gracias a San Google, compruebo que fue el ocho de junio, cuando llegué a la casa mis padres estaban desesperados.
Por supuesto, me parecieron muy desentonados con esa preocupación, a mi juicio excesiva. Y ahora estoy esperando por mi nena con un estado de ansiedad espantoso, sé que ha estudiado, pero tengo miedo de las confusiones, de las interpretaciones hechas de una primera lectura, hasta de los nervios o la presión que pueda haber puesto sobre ella.
Ser padres es una escuela en la que nunca nos graduamos, y hoy los míos nuevamente están preocupados, por el futuro de su nieta, como ya lo estuvimos todos por el de mi sobrino, y quizás ellos no entiendan, como no lo hice en su momento, la magnitud de esa nota.
No importa cuál sea el resultado, he de reconocer su esfuerzo y dedicación y si algo he aprendido es que muchas veces no basta, pero toda mi fuerza está con ella, no heredó mi gusto y habilidad para las matemáticas, las detesta; en tanto las considero casi como un pasatiempo y espero que descifre las ecuaciones del problema, que sepa orientarse entre ángulos y paralelas, que recuerde cada teorema, que no cometa un error de cálculo, pero especialmente que esté serena y satisfecha consigo misma. Porque no me importa lo que mi hija estudie, si cada día es al menos por un rato, una persona feliz.