miércoles, 8 de agosto de 2012

Médico Bueno.



Según las circunstancias,  él ofrece impresiones diversas, podría creérsele  adivino por la certeza de sus predicciones, abuelo como otro cualquiera mientras trata de arrebatarle un beso a Adriana,  conquistador pasado de años al verlo impecable con imagen y maneras de caballero, padre orgulloso cuando habla de sus hijos, amante esposo con sólo mencionar el nombre de Rafaela… es todo eso y también más, aunque para muchos Ary Fernández García está contenido en una sola palabra: neurocirugía.
La primera vez que lo vi desconocía el prestigio que cosechó durante años de ejercicio, su nombre tampoco dijo nada ante mi ignorancia, el título de profesor que le prodigan  colegas, algo  dejó adivinar, y no precisó mucho para conquistarme, llegaba a ofrecer  discernimiento  sobre la  salud de mi hija, en esos momentos en estado crítico. Agradezco a Francis y Brito, vecinos y amigos que lo pusieran en nuestras vidas, por la invaluable asistencia médica que nos ofreció y por acercarnos a una excelente persona.
No duda en catalogar su infancia como una etapa feliz, hijo único, educado en un hogar humilde y  honrado, bajo principios religiosos, evoca las figuras paternas con un respeto y ternura contenida que traspasa  la voz, le cuesta admitir los conflictos juveniles con la madre, aunque no vacila en admitir la semejanza con ella, nacido el 10 de diciembre de 1940, sufrió el cierre de la Universidad de La Habana a finales de la década del 50 del pasado siglo, para no estar ocioso estudió agrimensura y ciencias comerciales, totalmente desorientado reconoce, por embullo con un compañero a inicios de los años 60 matriculó Medicina, carente de vocación.
Pero la vida puso el toque necesario, padeció   una hipertensión intracraneal  confundida con un tumor cerebral, sometido a dolorosos exámenes y una intervención quirúrgica, fue como paciente que germinó en él la pasión por la Medicina, de ese entonces data uno de los mitos que lo rodeó siempre como galeno.
Muchos piensan que Ary tuvo hidrocefalia, porque ante el equivocado diagnóstico le hicieron una derivación;  especie de drenaje que colocan en el cerebro para desviar hacia otra parte del cuerpo flujos que causarían daño retenidos dentro del cráneo, todavía hoy tiene ese implante inactivo,  pero reconoce que esa creencia sirvió muchas veces para alentar esperanzas en sus pacientes.
No le gusta recordar su enfermedad, ni lo que sufrió con la cabeza rapada precisando llevar gorra para desviar mirada indiscretas, le acompaña un sentido de preservación por la dignidad del paciente y cuida de que en lo posible la apariencia física no sea dañada.

Dejó la especialidad sin terminar y fue a Santiago de Cuba, allí permaneció por varios años y formó parte del equipo médico que creó los servicios de neurocirugía, ya por aquel entonces la pediatría había ganado su corazón. Guardadas con desvelo,  junto a las fotos de familia, conserva la de  pacientes parte del estudio que presentó como ejercicio final para obtener el título de especialista, de aquellos años de duro trabajo preserva también recuerdos gratos aunque no faltan los dolorosos, como el de Ignacio,  no pudo salvarle la vida,  la familia no obstante le regaló un cake el día que habría sido su cumpleaños, atesora en la memoria ese gesto como paradigma de gratitud  al ejercicio de la profesión.
Rafaela puede ser un nombre común, pero para él no, es el de su tercera esposa, enfermera fundadora de los servicios de nefrología en Pinar del Río, aunque un paciente la rebautizó como Micaela,  todavía él y muchos de los amigos de aquel entonces la llaman Mica, diminutivo de ese segundo apelativo que recibió.
Compañera por más de 35 años es  la mujer que lo ató a esta provincia, madre de su hijo menor, cómplice y retaguardia segura para un hombre adicto al trabajo que en más de una ocasión puso la atención a los pacientes por encima de todo.
De a poco fue especializándose en neurocirugía pediátrica, su pasión,  organizando un servicio en el hospital Pepe Portilla, aunque le atribuye a  Iván Arena y Sergio Márquez el mérito de fundar lo que se puede llamar la escuela de neurocirugía pinareña, tiene palabras de elogio para los colegas contemporáneos y la nueva generación de especialistas.
Ary también estuvo en el equipo que organizó el sistema en el hospital William Soler en la capital, pero problemas para encontrar vivienda lo devolvieron a vueltabajo, aquí no  crecieron sus raíces, pero hizo el follaje y está a gusto bajo esa sombra,  de la que forma parte la familia de la esposa que vive en una zona rural de Mantua. También  sus pacientes, con muchos de los cuales crea lazos afectivos  más allá del salón quirúrgico, la consulta o el hospital.
No duda un momento en decir que lo mejor de la profesión es ser testigo de la recuperación, en especial de los niños, lo peor, la pérdida de uno de ellos, ni con los años, ni la experiencia llega la conformidad ante esa derrota.
Padre de tres hijos varones, habla de su prole con orgullo, la casa está llena de fotos familiares, quizás como antídoto contra la nostalgia, pues hasta el que comparte la casa Licenciado en Cultura Física está fuera, cumpliendo misión en Venezuela. Mauricio, el mayor,  seguidor de sus pasos reside en la capital y Ary, el del medio Pastor de la Iglesia Presbiteriana, reside en Cánada.
Adriana, la nieta,  durante la entrevista no ha dejado de revoletear por la casa, le pido me diga qué es ella y jocosamente no duda en hacer gala de su profesión “un dolor” dice y añade risueño, “un dolor muy importante en  mi vida, aunque no el único porque tengo tres nietos, la mayor ya tiene 15 años y el menor sólo uno”.
La nuera,  que le dice papi, aprovecha para hacer una broma y reclamar que sólo dejó de hablar de ellas, las hijas hembras que llegaron tras los matrimonios.
Cumplió misión internacionalista en Haití siendo ya un sexagenario, lleva tres años jubilado, pero como él mismo dice no retirado, los médicos no pueden, si algo desea es seguir siendo útil  y lo es, porque sus conocimientos están ahí para todos aquellos que lo requieran, con generosidad los ofrece.
Le gusta estar al tanto de la tecnología y actualizado con su especialidad, nunca rechaza una taza de café y se mantiene activo, más de lo imaginable para casi 72 años de vida, tiene un singular timbre de voz,   hablar fluido y  excelente memoria.
A este hombre templado en el dolor le llega la humedad a los ojos cuando le pregunto cómo quiere quedar en el recuerdo “como un buen padre,  buena persona, como un médico bueno y un buen médico, que no es lo mismo, el médico bueno se refiere a lo personal y el buen médico a lo profesional”.
Le pido que se juzgue a sí mismo y le cuesta hacerlo, hasta que admite “no creo que fuera una eminencia,  pero modestamente creo que fui las dos cosas”.
Si doctor, lo fue,  lo es  y lo será, porque los cientos, miles de personas y familias que recibimos de sus manos la bendición de la salud, de su generosidad el aliento y apoyo necesario, replicaremos hasta la saciedad la infinita suerte de que fuera un médico bueno,  el sanador del cuerpo.


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