Según
las circunstancias, él ofrece
impresiones diversas, podría creérsele
adivino por la certeza de sus predicciones, abuelo como otro cualquiera
mientras trata de arrebatarle un beso a Adriana, conquistador pasado de años al verlo
impecable con imagen y maneras de caballero, padre orgulloso cuando habla de
sus hijos, amante esposo con sólo mencionar el nombre de Rafaela… es todo eso y
también más, aunque para muchos Ary Fernández García está contenido en una sola
palabra: neurocirugía.
La
primera vez que lo vi desconocía el prestigio que cosechó durante años de
ejercicio, su nombre tampoco dijo nada ante mi ignorancia, el título de
profesor que le prodigan colegas,
algo dejó adivinar, y no precisó mucho
para conquistarme, llegaba a ofrecer
discernimiento sobre la salud de mi hija, en esos momentos en estado
crítico. Agradezco a Francis y Brito, vecinos y amigos que lo pusieran en
nuestras vidas, por la invaluable asistencia médica que nos ofreció y por
acercarnos a una excelente persona.
No
duda en catalogar su infancia como una etapa feliz, hijo único, educado en un
hogar humilde y honrado, bajo principios
religiosos, evoca las figuras paternas con un respeto y ternura contenida que
traspasa la voz, le cuesta admitir los
conflictos juveniles con la madre, aunque no vacila en admitir la semejanza con
ella, nacido el 10 de diciembre de 1940, sufrió el cierre de la Universidad de La Habana a
finales de la década del 50 del pasado siglo, para no estar ocioso estudió
agrimensura y ciencias comerciales, totalmente desorientado reconoce, por embullo
con un compañero a inicios de los años 60 matriculó Medicina, carente de
vocación.
Pero
la vida puso el toque necesario, padeció
una hipertensión
intracraneal confundida con un tumor
cerebral, sometido a dolorosos exámenes y una intervención quirúrgica, fue como
paciente que germinó en él la pasión por la Medicina, de ese entonces data uno
de los mitos que lo rodeó siempre como galeno.
Muchos
piensan que Ary tuvo hidrocefalia, porque ante el equivocado diagnóstico le
hicieron una derivación; especie de
drenaje que colocan en el cerebro para desviar hacia otra parte del cuerpo
flujos que causarían daño retenidos dentro del cráneo, todavía hoy tiene ese
implante inactivo, pero reconoce que esa
creencia sirvió muchas veces para alentar esperanzas en sus pacientes.
No
le gusta recordar su enfermedad, ni lo que sufrió con la cabeza rapada
precisando llevar gorra para desviar mirada indiscretas, le acompaña un sentido
de preservación por la dignidad del paciente y cuida de que en lo posible la
apariencia física no sea dañada.
Dejó
la especialidad sin terminar y fue a Santiago de Cuba, allí permaneció por
varios años y formó parte del equipo médico que creó los servicios de
neurocirugía, ya por aquel entonces la pediatría había ganado su corazón.
Guardadas con desvelo, junto a las fotos
de familia, conserva la de pacientes
parte del estudio que presentó como ejercicio final para obtener el título de
especialista, de aquellos años de duro trabajo preserva también recuerdos
gratos aunque no faltan los dolorosos, como el de Ignacio, no pudo salvarle la vida, la familia no obstante le regaló un cake el
día que habría sido su cumpleaños, atesora en la memoria ese gesto como
paradigma de gratitud al ejercicio de la
profesión.
Rafaela
puede ser un nombre común, pero para él no, es el de su tercera esposa, enfermera
fundadora de los servicios de nefrología en Pinar del Río, aunque un paciente
la rebautizó como Micaela, todavía él y
muchos de los amigos de aquel entonces la llaman Mica, diminutivo de ese segundo
apelativo que recibió.
Compañera
por más de 35 años es la mujer que lo
ató a esta provincia, madre de su hijo menor, cómplice y retaguardia segura
para un hombre adicto al trabajo que en más de una ocasión puso la atención a
los pacientes por encima de todo.
De
a poco fue especializándose en neurocirugía pediátrica, su pasión, organizando un servicio en el hospital Pepe
Portilla, aunque le atribuye a Iván
Arena y Sergio Márquez el mérito de fundar lo que se puede llamar la escuela de
neurocirugía pinareña, tiene palabras de elogio para los colegas contemporáneos
y la nueva generación de especialistas.
Ary
también estuvo en el equipo que organizó el sistema en el hospital William
Soler en la capital, pero problemas para encontrar vivienda lo devolvieron a
vueltabajo, aquí no crecieron sus
raíces, pero hizo el follaje y está a gusto bajo esa sombra, de la que forma parte la familia de la esposa
que vive en una zona rural de Mantua. También
sus pacientes, con muchos de los cuales crea lazos afectivos más allá del salón quirúrgico, la consulta o
el hospital.
No
duda un momento en decir que lo mejor de la profesión es ser testigo de la
recuperación, en especial de los niños, lo peor, la pérdida de uno de ellos, ni
con los años, ni la experiencia llega la conformidad ante esa derrota.
Padre
de tres hijos varones, habla de su prole con orgullo, la casa está llena de
fotos familiares, quizás como antídoto contra la nostalgia, pues hasta el que
comparte la casa Licenciado en Cultura Física está fuera, cumpliendo misión en
Venezuela. Mauricio, el mayor,
seguidor de sus pasos reside en la capital y Ary, el del
medio Pastor de la Iglesia Presbiteriana, reside en Cánada.
Adriana,
la nieta, durante la entrevista no ha
dejado de revoletear por la casa, le pido me diga qué es ella y jocosamente no
duda en hacer gala de su profesión “un dolor” dice y añade risueño, “un dolor
muy importante en mi vida, aunque no el
único porque tengo tres nietos, la mayor ya tiene 15 años y el menor sólo uno”.
La
nuera, que le dice papi, aprovecha para
hacer una broma y reclamar que sólo dejó de hablar de ellas, las hijas hembras
que llegaron tras los matrimonios.
Cumplió
misión internacionalista en Haití siendo ya un sexagenario, lleva tres años
jubilado, pero como él mismo dice no retirado, los médicos no pueden, si algo
desea es seguir siendo útil y lo es,
porque sus conocimientos están ahí para todos aquellos que lo requieran, con
generosidad los ofrece.
Le
gusta estar al tanto de la tecnología y actualizado con su especialidad, nunca
rechaza una taza de café y se mantiene activo, más de lo imaginable para casi
72 años de vida, tiene un singular timbre de voz, hablar fluido y excelente memoria.
A
este hombre templado en el dolor le llega la humedad a los ojos cuando le
pregunto cómo quiere quedar en el recuerdo “como un buen padre, buena persona, como un médico bueno y un buen
médico, que no es lo mismo, el médico bueno se refiere a lo personal y el buen
médico a lo profesional”.
Le
pido que se juzgue a sí mismo y le cuesta hacerlo, hasta que admite “no creo
que fuera una eminencia, pero
modestamente creo que fui las dos cosas”.
Si
doctor, lo fue, lo es y lo será, porque los cientos, miles de
personas y familias que recibimos de sus manos la bendición de la salud, de su
generosidad el aliento y apoyo necesario, replicaremos hasta la saciedad la
infinita suerte de que fuera un médico bueno, el sanador del cuerpo.
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