sábado, 20 de octubre de 2007

El pecado de Pablo

Por Yolanda Molina Pérez.

La hija de Martha terminó hace unos meses sus estudios universitarios, desde tercer año de la carrera es novia de Pablo y a sus padres les parecía muy bien esta relación, porque él también era estudiante, se graduó un curso antes que ella, pero ahora que los jóvenes se quieren casar no cuentan con la aprobación paterna y es que Pablo, “no es un luchador”.

Forma parte del grupo de personas que intentan vivir del fruto honrado de su trabajo, entiéndase salario, y los padres de la joven no esperan eso para su hija, porque entonces ella tendrá una vida llena de privaciones “y no la criaron para que pasara trabajo”.

No sé qué ha pasado con ciertos valores de la familia, dónde antaño era una gloria que algún miembro encontrara para hacer pareja alguien a quien se le pudiese aplicar con justicia el calificativo de trabajador y ahora es una objeción para aprobar esa unión.

Los cubanos sabemos muy bien cuanto puede esconderse dentro del vocablo “luchador”, ser un ladrón, un comerciante ilícito, un corrupto, un estafador, en fin muchas y diversas maneras de obtener el dinero fácil, que las carencias económicas por las cuales atravesamos han hecho que se vuelvan actos repugnantes, aprobados tácitamente por la sociedad.

Según una popular frase el dinero no tiene olor y bajo esa sentencia se protege el dudoso origen que pudiese tener la moneda obtenida. Sería una estupidez negar que a todos nos gusta disfrutar de solvencia económica, poder dar satisfacción a nuestras necesidades y deseos, lo que no todos están dispuestos a lograrlo a cambio de su integridad moral, eso marca una ostensible diferencia entre unos y otros.

A juicio de mi abuela, no hay nada como que al poner la cabeza en la almohada y si le tocan por la madrugada en la puerta, usted pueda saber de antemano que es un familiar o un amigo, preguntar quién es sin el susto de oír como respuesta “la policía”.

Y ese es un riesgo perenne que corren los “luchadores”, pues la ilegalidad es el denominador común para cualquier actividad a la cual se vinculen, vivir del salario es algo cada vez más difícil, especialmente porque si estás rodeado de “practicantes de la lucha” te es imposible emparejar con ellos el nivel de vida, pero no podemos llegar al punto donde la honradez descalifique a un ser humano para formar parte de nuestras familias.

El pecado de Pablo, debería de generalizarse en nuestra sociedad, pues muchas de las carencias que enfrentamos las padecemos justamente por la ilegalidad que se ha propagado, y lo que deberíamos adquirir en las redes de tiendas en divisa o moneda nacional tenemos que acceder a ellas en el mercado negro con la consiguiente “multa” que le aplican los “luchadores”.

Creo que va siendo tiempo de despojarnos de eufemismos y llamar a esas personas por lo que son: revendedores, especuladores, traficantes, ladrones, estafadores, negociantes o cualquier otro término que se ajuste a sus modus operandi.

No es sólo asunto de hacer un uso correcto del significado de las palabras, es atribuir el reconocimiento social y moral que se debe a las conductas honradas, baluartes de las mejores esencias de un pueblo revolucionario, que no puede vender sus principios bajo el pretexto de la tolerancia.

Pablo merece casarse con la mujer que ama, porque no podrá ofrecerle lujos, pero será capaz de entregarse a ella con la ternura y desinterés del que sólo son capaces los puros.

1 comentario:

tochiro dijo...

Es repugante vivir en una sociedad donde robar sea la única forma de vivir "decente".Los tiempos cambias y no debemos aferrarnos a la idea de nuestros padres. Debemos heredar valores; pero tenemos que formar nuestros propios principios. Los tiempos cambian y debemos adaptarnos a esos cambios. Es preciso hacer cambios en nuestras vidas y escuchar a todos para formar una idea más global. No podemos seguir con los mismos principios de nuestros padres.