jueves, 22 de noviembre de 2007

Historias de hospital...

Tengo la suerte de no ser una avezada en historias hospitalarias, procedo de familias longevas y los he visitado por nimiedades, o consultas rutinarias, por estos días he precisado permanecer por más tiempo del habitual en uno de ellos, en este caso el León Cuervo Rubio, conocido por el hospital viejo de la ciudad de Pinar del Río.
Padece de las huellas dejadas por el tiempo y la carencia de recursos, pero he vivido en sus salas momentos memorables, (amén de algunos disgustos), hoy quiero compartir algunos de ellos.
Hace apenas unas horas en una paciente solo ingresada para exámenes de rutina sufrió un paro cardíaco, la auxiliar encargada de la limpieza fue quien se percató de su estado, dio la alarma y en cuestiones de segundos una enfermera de escasa estatura y aún menos corpulencia, desafió a la muerte con el valor de los íntegros.
No sé de dónde sacó la fuerza pero sus manos despertaron aquel corazón dormido, su boca le insufló aliento y en condiciones adversas, trajo la vida al cuerpo de su paciente, médicos de guardia, anestesistas, enfermeras, estudiantes, se precipitaron en su ayuda y buscaron los recursos necesarios para apoyarla.
No había camas disponibles en las salas de cuidados de terapia intensiva, pero bastaron minutos para improvisar y acercar a la cama de la enferma todos los medios necesarios para el monitoreo y cuidado de su salud.
La enfermera no paró mientes en la boca desdentada de la anciana, o su tez negra, bregó por la vida de un ser humano, porque para eso decidió ser entrenada y se empeña en ser consecuente con su función en esta sociedad.
Por la mañana, en esa misma sala, el especialista que pasaba visita, no quedó satisfecho con las observaciones previas de los estudiantes que tiene en entrenamiento y haciendo gala de la ética y el amor que profesa por su vocación, los hizo reconocer la vergonzante conducta de ignorar hasta el más mínimo detalle en la valoración de sus pacientes.
Para esos jóvenes puede haber sido un momento difícil, pero abrigo la certeza de que hoy recibieron una de esas lecciones inolvidables a lo largo de nuestras existencias, él les mostró, que son sus manos, su atención, el cariño, la atención y el respeto los mejores aliados para propiciar recuperación al dolido.
Entre paredes despintadas, ventanas envejecidas, mobiliario añoso, viven hombres y mujeres que se visten con las batas blancas, no para ser reconocidos sino para asegurarnos que podemos contar con la pureza de su alma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sabes aunque no lo creas, acá en Chile tenemos muchos hospitales como el que tu describes....que increíble que aunque la distancia entre nuestros países sea tan grande, vivimos situaciones diarias tan parecidas. Espero que estén todos bien por tu hogar.

María José

Supiste algo de Pepe y Rosa?, (los viejitos).