miércoles, 21 de noviembre de 2007

Luces de la vejez.

Por Yolanda Molina Pérez.
Uno de esos días en que las malas noticias y los disgustos te sacan de la cama, al amanecer, Rosa y Pepe me salvaron de tener una jornada de angustia.
Me encontraba en un hospital cuidando de una enferma y de repente entra el camillero trasladando una anciana, los escoltaba un caballero también en la senectud, sólo pasarla para la cama y le brotaron las lágrimas, son una rapidez que nadie podía imaginar para sus años Pepe buscó en su bolsillo el pañuelo para enjugar el rostro de su amada.
Cubrió la encorvada espalda de ella con su flácido brazo y se dio a la tarea de consolarla con la ternura de un juvenil amante, “no te vayas”, le pidió ella con una súplica y él replicó con tono ofendido: “¿cómo podría dejarte?”.
Por varios días disfruté de ver la solicitud con la cual Pepe le prodigaba atención a las necesidades de Rosa, no había hijos para alternar en los cuidos, y es que al parecer la vida envidiosa después de haberlos preñado con ese amor auténtico y duradero, les arrebató la dicha de la prole.
Pese a los cuidados, los años se empeñaron en agravar el estado de esta mujer, el médico dio indicaciones de traslado y explicó las razones para el mismo, me brotaron lágrimas al ver la angustia de Pepe mientras mesaba sus cabellos, la agilidad con que recogió sus pertenencias y ultimó detalles para que no demorarán en mover a su esposa, la tristeza con que marchaba detrás de la camilla, con el mentón hendido sobre el pecho, no por el peso de los años, sino por la preocupación.
Esa fue la última vez que los vi, pude haber ido a saber de ella, pero prefiero pensar que se recuperó y que están de vuelta en su hogar, no quisiera que la realidad cambiase mi final imaginado y es que de ser así yo no podría hacer por él, lo que hicieron por mí, matarme la angustia.
Me renovaron la esperanza de que aún existe el amor eterno, de que la pureza, la fidelidad persisten en los humanos más allá de los avatares y las penas que acarrea la subsistencia.
Rosa y Pepe me dejaron el dulce sabor de que la vejez tiene sus luces propias, más allá de cuidar descendientes y recibir sus mimos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que hermoso relato, ojala llegáramos a estar así de enamorados, que importante la unión de Rosa y Pepe.
Me emociona.

Saludos desde Chile

María José