domingo, 30 de marzo de 2008

Allá...

Nunca quiso creer que fuera coincidencia. Era un designio supremo ¡Al carajo su madre con el factor casualidad! Sólo fuerzas supremas podían hilvanar tantas concurrencias: su destino.
Con el inicio del año llegó ella, fue más grande e inteligente que su jimagua. Aprendió primero a leer y escribir y sin saber cómo, no hubo proceso de enseñanza.
De niña cuando condescendía a jugar siempre era la más ingeniosa y divertida, imponía su ritmo y voluntad al grupo. Cuidaba en extremo los juguetes y ropa, esmeradamente planchada con pulcritud de guajiras serranas por la madre y la abuela.
Empezó la escuela antes que sus contemporáneos, sin proponérselo, ni queriendo en ese entonces serlo, no podía evitar que le asignaran el sitio de la mejor, su apellido aseguraba con un margen de probabilidad bastante amplio, el número uno de toda la clase, pocos pueden ubicarse sobre un Abascal.
No precisaba estudiar fue dotada de una memoria fotográfica y agilidad de raciocinio que aún sin ejercitarlas cautivaban desde la primera impresión. El brillo de su piel reflejo del de sus ojazos, protegidas por un abanico de pestañas impensadas, daban el imprescindible toque de belleza para dejar atónitos a todos, presas de la fascinación.
Su talla impresionante, presagió una esbeltez que sería memorable y acentuó el asombro de los adultos que confirmaban la presencia de un prodigio al pasar desapercibida una intelectual y físicamente un desventaja de más de dos años, respecto a sus condiscípulos.
Así comenzó a considerarse un trofeo, su presencia se reservaba para ocasiones especiales, hacer gala de sus dotes ante un público pasó a ser casi una concesión de Dios y si todos se convencían de su excepcionalidad ¿cómo no iba a estarlo ella? El mundo no podía estar lleno de idiotas impresionables.
Sin esfuerzos ni sobresaltos se acabó un buen día la infancia. Rodeada de halagos, pronósticos triunfales y una aureola de envidias multicolores se zampó en un abrir y cerrar de ojos la adolescencia, período por el que sólo transitó su cuerpo. Su alma mente y espíritu se ocuparon de buscaron una posición de equilibrio para sostener con aliento mágico un engrandecido ego, incapaz de habitar en el estrecho marco de una piel.
La mujer sabía caminar por la vida ¡y de qué modo! Los habitantes de la Tierra se dividían en admiradores, súbditos y esclavos, los últimos eran generalmente los osados que intentaron poner alguna zancadilla o hacer u malintencionado comentario y después de derrotarlos se les concedía la gracia de la cercanía, pero sólo eran admitidos en su corte como siervos.
Lo que su pupila no había visto no era cierto, lo desaprobado se volatizaba sin dejar rastro. Erudita en Historia, Literatura, Filosofía a ratos le asaltaba la duda si todo lo que se consideraba “el invaluable tesoro de la humanidad” no serían obras propias en reencarnaciones anteriores. No creía que el género humano hubiese podido lograr tantas maravillas sin su presencia.
Su fama de sarcástica y cruel era muy útil, cuando le molestaba algo o alguien bastaba una mirada para solucionar ese problema, ya no precisaba de tener una palabra ingeniosa e hiriente a mano, si sólo helaba con la pupila, hasta podía decirse que era un acto de generosidad, no quiso lapidar al infractor.
Fuera de su alcance había escuchado rumores de la existencia de un espacio más vasto que denominaban Universo, pero no hacía falta dedicarle ni tiempo ni pensamiento a lo que el orden cósmico no situó bajo su égida. Sin duda debía de tratarse de elementos insignificantes y carentes de un mínimo valor, de otra forma ella lo sabría.
La intuición la guió con acierto sin entender a un poeta o un pintor si la sobrecogía un ligero estremecimiento hilvanaba alabanzas en retruécano, coherentes o no, lo esencial era el rebuscamiento del discurso a más incomprensible mayor celebración y júbilo en el auditorio. A los comunes se les subyuga con el desconocimiento.
A los menos comunes se les domina con la carne, se convenció de que no hacía falta ser bella, sólo sentirlo, escogía cuidadosamente su ropa no para acentuar sus encantos, sino para sentirse encantada.
La textura de la tela eso era la esencia, la tersura del tejido debía de sugerir la de la piel. Los colores estaban destinados a acentuar la blancura deslumbrante de una desnudez anunciada no por la transparencia o la insinuación, sino por “los descuidados y naturales” movimientos.
Si alguien en un saludo o un roce involuntario tocaba apenas un centímetro de su atuendo, el gozo táctil le impulsaba a buscar el cuerpo, claro que sería un deseo contenido y la tirana lo aprovecharía para fortalecer su dominio.
Entrar a un sitio público era un ritual, no podía hacerlo hasta estar repleto, la elegancia debía acaparar los más diverso gustos y maneras posibles, no podía haber indiferencia, era preciso olerla, el aroma la antecedía unos cuantos metros, siempre el mismo excesivamente caro para evitar coincidencias.
Desde su cumbre siempre le fue difícil hacer pareja, después de frustrantes intentos en la juventud decidió no buscar la estabilidad. Pensó que esa ere el precio a pagar y le pareció justo, nunca renunció al sexo ni a usar sus dones como instrumentos para alcanzar una meta.
Unas pocas veces se dio el lujo de irse con alguien a la cama por puro gozo. El lecho fue más mesa de negociación que desenfreno.
Nunca supo si era por tanto amor a sí misma, o por disfuncionalidad o porque ni siquiera sobre un colchón podía deshacerse de su imagen fabricada, pero lo cierto es que nunca la experiencia de un orgasmo.
Hizo de su anorgasmia un arma y ese fue otro don, amante insaciable, aprendió a fingir y que el escogido se considerara dichoso, no lo hacía por ellos, sino para ser adorada en otra dimensión.
Sus amantes quedaron todos con la duda de su verdadera naturaleza sexual, comprobó y ejercitó habilidades auto eróticas. Supo que casi todos enloquecían con esas caricias que se les prohibían a ellos dar y ella misma se ofrecía, dando exageradas muestras de placer y creando en el otro ser un anhelo incontenible por propiciar con sus manos ese goce.
Despertaba en ellos el desasosiego, realmente lo hacía porque era la única forma eficaz que conocía para predisponerse a la fornicación.
Estudió y aprendió mucho sobre sexualidad, servía lo mismo la literatura científica que una película pornográfica, lo importante era saber cada ardid de la seducción. Ser la más codiciada, deseada y admirada, estuviese, donde estuviese.
Consciente de que ofrecía a ojos de otros un conjunto armónico lo magnificaba a base de conductas estudiadas. Jamás le dolieron las piernas, pero sabiéndolas bellas, ante cualquier pretexto siempre que fuera posible las ponía en alto para que fueran mejor vistas.
No parecía un día distintos de otros tantos, uno de los fieles le sugirió que podía llevar a un amigo, que ganaba preponderancia por su poesía, lo vio apenas entró pero fingió no notarlo, de una blancura que desafiaba la propia, un cabello negro, cuidado en extremo para ser hombre pensó, caía sobre sus hombros, enmarcando la perfección de un rostro angelical, casi seductor, sino fuera por la desgana que emitía, delgado pero no flaco, bien formado sin ser musculoso, en fin una belleza masculina, pero de un primer vistazo se sabía que aquellos dones estaban reservados a los de su propio sexo.
Todos los que pretendían franquearse la entrada a fuerza de talento debían demostrarlo desde la primera visita, hizo una lectura de sus poemas, a ella le encantaron, pero contuvo los elogios y hasta la denigración, ofreció su peor castigo, al indiferencia, oyó los murmullos alrededor de él para ponerlo en conocimiento de lo que significaba el silencio en el trono.
Siguió frecuentando las tertulias, poco a poco se fue ganando adeptos y hasta formaba su propio círculo, especialmente cuando ella no estaba cerca y los otros no temían mostrarle demasiada preferencia.
Después comenzó a hacer sus conquistas amorosas, cada vez más frecuentes y llegando incluso a arrebatar alguna que otra pieza que la señora tenía reservada para su uso, eso ya empezó a molestarla, pero se dijo que lo derrotaría con el desprecio hacia todo cuanto hacía, le mostraría la más fría de las apatías posibles y aquellos que lo rodeaban por miedo a ser penalizados se retirarían.
Aunque fingía no verlo contaba a diario los que se le acercaban y no veía mermar el número aunque ya se había permitido algún que otro aguijonazo en contra de los más cercanos, que aún así persistían, entendió que debía desafiarlo y cada día se inventaba excusas para hacerlo al siguiente, esperando una mejor ocasión.
Nunca llegaba, cuando entró y no lo vio pensó que había vencido sin necesidad de combatir, pero entendió con una sola mirada que se había ido con su propio séquito, alabó lo mejorada de la atmósfera y el valor de la fidelidad, la pureza de lo queda después de un proceso de decantación, puras banalidades para esconder el amor herido.
Valorando los hechos consideró que lo mejor era tener los enemigos fuera de casa y ya recuperaría en número y fuerza a su equipo, nada como un día detrás de otro, pero fueron precisamente esos los que la llenaron de pavor y comenzó a escuchar en voz bajo los comentarios que aludían siempre a “allá”.
Primero fueron solapados murmullos que se interrumpían con su presencia, después fueron siendo comentarios menos cuidadosos y algunos hasta provocativos, algunos se perdían por días y regresaban, pero esas fugas empezaron a ser muy frecuentes al igual que las partidas definitivas, ya eran apenas un pequeño círculo que mayormente lo que hacían era reunirse allí para hablar de los encantos de “allá”.
Por lo que había escuchado los deslumbraba que había más libertad, la calidad del té y los dulces, la posibilidad abierta de elegir pareja sin esperar por la aprobación de nadie… en fin sólo escuchaba elogios de aquel nuevo mundo en el que no había reyes, y no se explicaba como podía encantarlos esa falta de jerarquía.
La asustaba la soledad que empezaba a ser palpable, no recordaba haber estado así antes en su vida, se decía a sí misma que era un período transitorio, a no ser que ese vínculo antiquísimo que la ataba al uno fuera el presagio de que sería sólo una persona abandonada en el momento que tenía planificado mayor esplendor.
La sobrecogió el asombro aquella noche en que permaneció hasta el amanecer esperando en vano.Cuando el alba se anunciaba abrazó las rodillas contra su pecho y se quedó dormida sobre su trono, su último pensamiento antes de caer rendida, era que quizás iba siendo tiempo, de salir por la puerta y caminar hasta encontrar a quien preguntar como se llegaba allá, tal vez estuviera a tiempo de aprender como se hacen amigos…

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