El café fuerte y amargo es una de mis bebidas favoritas, mejor si lo puedo acompañar de tranquilidad, buena charla y un cigarrillo. Consumidora habitual de él me hice en mis años de estudiante universitaria en la ciudad de Santiago de Cuba en la cafetería La Isabelica, donde preparan una variedad increíble de combinaciones a partir del grano del cafeto.
Sin embargo mi vínculo con el café es mucho más remoto, data de mi infancia, no lo consumía pero si seguía y podía repetir al dedillo las historias de mi madre criada en una finca cafetalera: sus juegos sobre los secaderos, las relaciones con los recogedores (mayoritariamente haitianos) que subían a aquellas serranías en los picos de cosecha, la sombra de los cafetales, su temprana responsabilidad de llevar a caballo las cantinas con el almuerzo para los miembros de la familia que se colgaban desde el alba el morral a la cintura y esperaban el anochecer escogiendo los mejores frutos de cada planta para hacer una recolección perfecta.
Nunca he recogido café, pero sé que es una tarea rigurosa, consumidora de mucho esfuerzo y molesta por los insectos que se multiplican en el húmedo y sombrío cultivo obligando al uso de ropas protectoras mientras el calor del trópico castiga el cuerpo, generalmente son zonas montañosas de suelos resbaladizos y todo atenta contra el hombre o la mujer que da el primer paso para unir la planta y la cafetera.
Cuando nací ya mis abuelos habían optado por vivir en la ciudad y la finca Vega Grande en el municipio de Buey Arriba, era solo un recuerdo contado una y otra vez, todavía hoy una parte de la familia posee cafetales, pero la reacción alérgica que siempre hice a las picaduras de los insectos hacía que mi madre me mantuviera fuera de ellos.
En mis años de ejercicio de la profesión más de una vez he estado en zonas cafetaleras, siempre como intrusa que llega en busca de los detalles productivos, pero tengo una empatía especial por estos productores, quizás por esas historias oídas en la niñez, lo cierto es que hasta donde sé son gente humilde, afable, hospitalaria y puedo decirlo lo mismo de aquellos que lo hacen en las montañas de Sagua de Tánamo en Holguín, en Viñales en Pinar del Río o en San Pablo de Yao en Granma.
También puedo dar fe del respeto que sienten por su oficio, y es eso precisamente lo que me ha desencadenado esta evocación, por estos días un dramatizado de producción nacional, enfoca la caracterización de uno de sus personajes secundarios sobre el rechazo, (podría decirse odio visceral) hacia la actividad cafetalera de su familia, mostrando una imagen de la misma indigna y lacerante, pienso en los miles de campesinos que buscan por la noche frente a su televisor un poco de entretenimiento, quizás rodeados de su descendencia y tienen que ver como estos escuchan denigrar el oficio que les lleva el pan a la mesa, sin duda debe ser como una bofetada en pleno rostro, tal vez podríamos considerarlo sólo un desacierto más de nuestros guionistas de televisión, pero es mucho más.
Es la irreverencia ante el trabajo duro, es la falta de respeto a la humildad del campesino, es la humillación a los hombres y mujeres que los sorprende el alba en el campo, y recae sobre ellos la responsabilidad de asegurarnos aunque nociva una placentera taza de café en la paz de nuestros hogares.
Pero la ofensa transgrede al mero grano y llega a todo aquel que renuncia al confort de la ciudad y vive en la sencillez de su lomerío, menos actualizado en tendencias del vestir, más alejado de los espectáculos o sucesos culturales afines a la ciudades pero más apegados a sus raíces, más identificados con su trabajo,más responsables de cada jornada en que los castiga la inclemencia del tiempo, más eficaces que aquellos que viven con la holgura de los beneficios que brinda la industria del ocio, la cual no existiría si ellos renunciaran a esa vida.
Detrás de cada alimento o bebida que llevamos a nuestras bocas hay un volumen de esfuerzo y consagración, respetémoslo en nombre de la hidalguía que han cultivado por siglos los campesinos cubanos y bebamos una taza de café en su nombre, yo invito.
5 comentarios:
Me recuerda este escrito a las entradas tan bellas que hiciste sobre Alejandro Robaina; ahora el cultivo del tabaco está en alza en prestigio popular, pero no hay ninguna razón para que un cultivador de café no sea tan admirable como lo es Don Alejandro. Por cierto, me quedé entonces con las ganas de darte mi explicación sobre las mangas largas de Robaina; tú decías que era presumido. A mí me llamó la atención porque tengo también esa costumbre, y se me antojó si su razón fuera la misma de la mía, así que te la voy a contar ahora, aunque ando apurado como siempre. Mi motivo es batallar en condiciones de dignidad frente al calor. A ver si me explico: mientras mantengo la manga larga, le indico a mi cuerpo que el que decide del atuendo soy yo; le indico que veo razonable retroceder frente a un enemigo tan poderoso; pero que no admito la huida, y mucho menos la desbandada. Si me quitara la manga larga, ya sería el calor el dueño de la situación, y sin mantener yo el orden en mis filas, correría el riesgo de acabar en el desastre total, resoplando medio desnudo. La otra vez no te hice el comentario porque me quedaba pretencioso, y ahora veo que estoy consiguiendo lo mismo. Intentaré rectificar. No es orgullo de exponer mis fuerzas. Es batallar conociendo las debilidades de mi cuerpo, sabiendo que si le llevo la rienda un poco más corta, me obedece y me responde mejor. Creo que así lo expliqué más claro.
Aunque el motivo de la exposición era la manga larga de Robaina, no la mía. Pero pensé que tal vez él luchara de la misma manera.
¡Qué ganas de café!
Francisco: sin duda Lezama entendió las coincidencias como fuerza definitoria de los hechos, me encanta su frase "el azar concurrente" y la tarigo a colación porque justamente anoche estuve revisando comentarios de la blog y encontré aquel en que me pedías comentar sobre ese Alejandro presumido, intenté dejarte un comentario en tu última entrada donde daba respuesta a eso y abordaba también los despojos "santeriles" cubanos, pero no lograba guardar el comentario y hoy no he pòdido hacerlo por falta de tiempo, un fin de semana con tres niñas en casa (la hija mayor de mi esposo pasa los fines de semana con nosotros)no es cosa de juegos y menos que él está trabajndo fuera.
Me sumo a tu concepto sobre las mangas largas, lo hago también y además con nuestro clima creo que es mejor un poco de sudoración a las nefastas manchas del sol.
Y realmente creo que ese caballero del tabaco quiere verse bien, es tan galante y elogioso con las mujeres que no puedo imaginarme que esté protegiéndose del calor más que buscando la manera de mostraranos su porte. Es un adorable anciano, un digno ejemplo de la gallardía del campesino cubano.
No creo que el cultivo sea razón para ennoblecer o demeritar la labor del hombre que riega con su sudor el surco.
Un abrazo
Amiga, algún día nos tomaremos un café, con buena charla y un buen cigarro, no hay placer mas rico que el aroma a café.....a mi me trae recuerdos de cuando mis abuelos se tomaban el café de media tarde, hablando de todo y saboreando ricos dulces....que grato poder recordar...
Un abrazo,
María josé
Por primera vez quiero plasmar en tu blog mis parabienes por la buena prosa. En mi última entrada fui duro al analizar los blogs de nuestros periodistas. Es común ver cómo pierden tiempo en las redacciones ante las máquinas...Ese no es tu caso, por supuesto. Con respecto al cafñe, me he puesto a pensar que yo, si bien aseguro enarbolar elementos distintivos de la cubanía, ni me entiendo de pelota, ni tomo café. Además, no sé montar bicicleta, un sacrilegio en la Villa del Undoso...Y muchas veces el rechazo al café, inculcado por mi abuela a pesar de ser una mujer campesina, me ha colocado en situaciones incómodas. Pero a fuerza de ser cortés, me ha ido mal, pues mi estómago -parece que por falta de costumbre- no lo tolera. DE todos modos, no pude evitar sentarme a una de las mesas de La Isabélica. No quería perderme el disfrute de aquel lugar durante mi visita a Santiago. Por suerte había otras ofertas en la carta....
De cierta forma fui un pez fuera del agua y sigo rechazando el café...Disfruto más las entradas de tu blog...
Adrián, gracias por dejar constancia de tu paso, ni te imaginas los sustos que también he pasado por cuenta del café pues cuando visitas zonas cafetaleras a todos los sitios en que llegas te convidan a tomarlo, suelen ser excesivamente generosos en las cantidades que sirven y después de unas horas, por mucho que te guste tu organismo está saturado, La Isabelica es un sitio indisolublemente ligado a mis años universitarios y si estos no hubiesen transcurrido entre el 1990y el 95, tal vez hoy no bebería café, pero ¡había tan poco que beber!, yo tampoco sé montar bicicleta, no nado, no tengo en mi brazo la marca de la vacuna contra la TB, pero aún así tiro rodilla en tierra en nombre de la cubanía, un abrazo
Publicar un comentario