domingo, 5 de abril de 2009

En casa.


Llevo cinco días en casa, he regresado cansada en extremo, llena de preocupaciones y miedos pues realmente comprobé tal y como suponía que la salud de mi abuela estaba aún más dañada de lo que me dejaban ver mis primas, madre y hermana.
La tristeza y la dureza del rostro de mi abuela es para mí el peor síntoma de todos cuantos vi, no la vi feliz ni un instante aún cuando no le faltan razones para ello, porque con 86 años, estar rodeada de los seres que trajiste al mundo o criaste y que ellos te envuelvan en afectos y cuidados debe ser un placer, pero ella sólo piensa en que no puede valerse y que depende de nosotros para todo, siento que hice lo que debía al ir a verla, llevarle sus bisnietas y ofrecer durante mi estancia una ayuda para que los habituales pudiesen descansar un poco, pero sé que no es suficiente y que tampoco remedié nada.
Abuela me ha llenado de angustia, su corazón late penosamente pero lo hace y sin embargo ella se ha anticipado a la temible muerte, está renunciando a cada instante de alegría de los que queremos y podemos darle y me pregunto ¿alguna vez estamos preparados para ser viejos y depender de otros?.

Mi abuelo aún goza de buena salud, le quedan bríos para jugar y desafiar a sus bisnietos, en la foto provocaba los celos de María Fernanda, que se considera su Reina, con los besos de India.
A pesar de las características de este viaje, es justo decir que disfruté de la estancia en familia, de ver el amor que he logrado fomentar en mis hijas por ese clan tan lejano físicamente y tan cercano en sus afectos.
Me voy sacudiendo la nostalgia y exorcizando los demonios, de a poco que todo lleva su tiempo.

1 comentario:

Joselu dijo...

Entrañables y humanas reflexiones acerca de tus abuelos y sobre la vida. ¿Estamos preparados para ser viejos y depender de otros? No, definitivamente no. La vida es terrible en esta demoledora decadencia que supone una humillación para todos. Recuerdo cuando estaba con mi padre -que había sido tan orgulloso- en el hospital y tenía que ponerle a orinar, y me decía "Qué poquica cosa somos, ¿verdad?" No he olvidado aquello ni la satisfacción que me supone haber estado con él, intentando hacerle reír en sus últimos y devastadores días, en que nos reconciliamos tras una vida entera de desencuentros. Las fotos son cálidas y llenas de cariño. Un fuerte abrazo, y gracias por tus reflexiones.