jueves, 17 de noviembre de 2011

Proezas y dudas.

Pueden parecer unos trazos feos o comunes, pero puedo asegurar que a mis ojos no lo son, los ha escrito esa pequeña mano izquierda que no sé cómo guiar y para ser francos tampoco lo necesita, la de María Fernanda, Marujita, Fer, Mariíta, Nanda, la niña de los muchos nombres como solemos llamarla en casa desde septiembre comenzó el primer grado y ya escribe y lee.
Todavía no concluyen con todos los sonidos pero su afán por saber la tiene unos pasos delante de sus compañeros de aula, y nos regocija en extremo que cada día la maestra se deshace en elogios sobre su conducta, que muchas de sus horas de juego por propia voluntad las ha trastocado en tiempo de estudio, nunca le alcanza las hojas y lápices disponibles para su afán de descifrar los misterios de la escritura.
Aprende con facilidad y rapidez, es quisquillosa en extremo y junto a las palabras penetra el universo de los números también con pasmosa destreza, ya sé que podría aplicárseme aquello de que el amor de madre es ciego, pero las razones que me llevan a escribir sobre este tema son menos reconfortantes.
Aunque soy madre de dos niñas y la que ahora se inicia es la menor, no disfruté de esta etapa con la mayor, tuvo la mala suerte de una pésima maestra en primer grado que era la primera vez que trabajaba con ese grado, para colmo de males, di a luz a la pequeña justo un primero de septiembre cuando ella empezaba esta etapa definitoria.
Recuerdo ese año como un momento inacabable de desesperación, no teníamos las condiciones de que disponemos hoy en casa para trabajar, lo que obligaba a mi esposo a permanecer buena parte del día fuera, en aquellos tiempos la ciudad de Pinar del Río atravesaba una fuerte crisis con el abasto de agua, que todavía persiste, pero entre inversiones estatales y domésticas ya el mal no me afecta en la misma medida, para colmo el bebé siempre fue de armas tomar, muy irritable, estábamos en construcción, las finanzas hogareñas con una marcada tendencia a los números rojos…
Es fácil imaginar que mamá siempre estaba hasta el cuello, cuando mi nena grande llegaba a casa al filo de las cuatro de la tarde y nos poníamos a hacer tareas era un caos, precisaba darle las clases y no tenía cómo hacerlo de la manera adecuada, terminé pagando a una repasadora para que ayudara y felizmente en un viaje que hicimos en febrero a Holguín, mi padre y una maestra con mucha experiencia en el grado obraron el milagro de en 21 días dar el contenido de más de un semestre, justo es decir que desde ahí nunca más su enseñanza ha constituido problema y como otras tantas veces he dicho su rendimiento y resultados académicos son motivo de orgullo y regocijo familiar.
Sin embargo el júbilo que por estos días me reporta estar compartiendo con la pequeña sus “proezas”, ha despertado en mí una culpa y remordimiento que no me abandona ¿hice todo lo humanamente posible en aquel momento para asegurarme por mis propios medios de que pudiera facilitarle el aprendizaje? ¿Puedo asegurar que no le fallé? Y lo peor, me atemoriza que como forma parte de esta nueva experiencia que no la tuvimos con ella, sienta alguna diferencia, aunque nunca hemos tenido episodios de celos o reclamos de ese tipo, he hablado con ella sobre el tema y parece entender la diferencia de circunstancias, hacemos chistes sobre lo que pensamos iba a ser su desastre docente, pero no me tranquiliza del todo.
A partir de estas dudas me surgen otros cuestionamientos como que la menor no tuvo ni las posibilidades ni atenciones, incluso desmedidas, parte por su débil salud, parte por ser la única en aquel entonces disfrutó la mayor.
En fin son días de duda y decía Lezama que nadie sabe por lo que va a quedar en la historia y juro que no tengo grandes pretensiones, sólo que de aquí a muchos años, incluso sino me conocieron los descendientes de mis hijas puedan evocarme con el mismo respeto y tino que lo hago con bisabuelos y tatarabuelos unas veces por cosas que los oí decir o vi hacer y otras por historias que una y otra vez me fueron contadas, la última cosa que quisiera es que de generación en generación pase la historia de esta injusta madre, quizás sólo estoy paranoica o tal vez concientizando de forma muy dolorosa mis errores, que no nos basta ni con el amor, ni las buenas intenciones, no hay manuales para padres y casi nunca oportunidad de corregir nuestros dislates y debo ser muy afortunada porque estoy infinitamente orgullosa de ambas.

4 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

Querida Yolanda, me reafirmo en mi opinión acerca de tu madurez; no sé si la cosa estará en mis ojos o en ti de veras, pero en esta sola entrada me sugieres tantísimo que me pasaría horas comentando. Lástima que no podamos hacerlo de viva voz.
Esos trazos son una belleza. Y lo que expresan, esa confianza, esa pasión y esa bondad, que no se plantea jamás que lo que se le indica pueda ser para otra cosa que para ayudarla noblemente, deberían ser los cimientos firmes de nuestra vida adulta.
Hay tanta ternura también en esos distintos nombres con los que llamas a tu hija, que parece mentira que esa oración tan corta nos entregue un significado tan grande.
Y por último, aunque comprendo tu afán de perfeccionismo, que llevas impreso en ti, no podemos saltar más arriba de nuestras limitaciones, grandes, grandísimas. Naturalmente yo habré tenido con seguridad tantos errores al menos como tú, con el agravante de que muchos fueron por pereza o por frivolidad. Nada podemos hacer con lo que pasó, pero sí que cada día podemos de nuevo arrancar con todo el ímpetu, aunque acabemos por caer.
Haces bien en estar orgullosa de tus hijas; hasta yo lo estoy de poder considerarme amigo de todos vosotros.
Abrazos.

Yolanda Molina Pérez dijo...

Francisco entre las cosas buenas que me ha dado este blog, se encuentra el conocimiento “virtual” de personas como tú, que a veces con unas cuantas palabras puede alegrarnos el día o aclararnos una idea, así que gracias por estar siempre ahí, dándole de comer a mi ego con mucha generosidad y ofreciendo ese milagro que es la amistad, abrazos de mi familia.

Lola dijo...

No puedo ponerte comentarios porque se me borran y no te llegan. Enhorabuena por tus hijas, siempre te querrán y nunca te reprocharán nada porque todo lo has hecho con amor.

Yolanda Molina Pérez dijo...

Lola espero que tus palabras encierren un vaticinio certero de mi futuro, besos...