Le pregunto a las personas por palabras que le
den miedo y suelen mencionar aquello que les provoca
pavor: rana, ratas, altura, oscuridad… son algunas de las escuchadas con mayor
frecuencia, sin embargo hay tres vocablos que parecen sumamente inofensivos y
que en los últimos meses me llenaron de
terror: “Hay que esperar…”, esa frase dicha por los médicos, sin mirarte a los
ojos porque temen que tu dolor los amordace, abre las puertas a un insondable
abismo de desesperación y espanto.
Esperar porque el organismo reaccione; esperar porque la pericia médica y los adelantos
tecnológicos logren la eficacia deseada; esperar porque los medicamentos sean
efectivos, esperar por un milagro divino
con fe o sin ella que devuelva la salud al ser amado; esperar torturados por el indetenible tiempo
que avanza inexorable y se alimenta de nuestros miedos; esperar porque la
fuerza no nos abandone ni en la peor circunstancia, esperar cuando la esperanza
se vuelve esquiva parece cosa de tontos…
Pero por suerte hay muchos tontos, que llevan por armadura un
alma noble y ofrecen sus manos, sus
ojos, su tiempo, su afecto, su conocimiento, su entrega y su fe para que cuando
los nuestros no sean suficientes podamos contar con los suyos y sólo esa ayuda
hace posible que un pequeño rayo mantenga la ilusión de que hasta lo más
absurdo puede ser realidad.
Sólo quienes hemos transitado por ese túnel tenemos
la certeza de cuan desgarradoras pueden llegar a ser sus paredes, en los
últimos meses entro y salgo de él como si fuera un círculo vicioso del que no
logro escapar, mi abuela nos tuvo en vilo mucho tiempo en un combate desigual
con la muerte que finalmente perdió el pasado mes de agosto, mi hija me retuvo
en él por varios días en abril y aunque su vida está fuera de peligro sigo
llena de espanto, ahora mi abuelo el “Jiquí”
de la familia de manera sorpresiva a pesar de sus 93 años nos apresa con un
derrame cerebral sufrido hace tres días y que todavía no logra rebasar.
Dicen que el dolor causa heridas en el corazón, si
es así por cursi que parezca tengo el mío hecho añicos y sangrante, una pena
enorme que me aplasta y que ni las buenas noticias, ni la recuperación de India
logran espantar; ya sé que la muerte es la única certeza con la cual llegamos a
la vida, pero no quiero que siga llenando su repisa con trofeos amados por mí.
Abuelo, en la distancia pongo sobre ti todo el amor
que te tengo, el de mis hijas y la esperanza en que sigues siendo ese hombre
fuerte del cual tres generaciones aprendimos que la derrota no es una opción.
2 comentarios:
Contigo. Lola
Gracias, creo que por estos días compartimos estado de ánimo, pero ya nos pondremos al tanto, un beso con cariño y buenos deseos...
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