jueves, 18 de octubre de 2012

Hay que esperar...




Le pregunto a las personas por palabras que le den  miedo  y suelen mencionar aquello que les provoca pavor: rana, ratas, altura, oscuridad… son algunas de las escuchadas con mayor frecuencia, sin embargo hay tres vocablos que parecen sumamente inofensivos y que en los últimos  meses me llenaron de terror: “Hay que esperar…”, esa frase dicha por los médicos, sin mirarte a los ojos porque temen que tu dolor los amordace, abre las puertas a un insondable abismo de desesperación y espanto.
Esperar porque el organismo reaccione;  esperar porque la pericia médica y los adelantos tecnológicos logren la eficacia deseada;  esperar porque los medicamentos sean efectivos, esperar por  un milagro divino con fe o sin ella que devuelva la salud al ser amado;  esperar torturados por el indetenible tiempo que avanza inexorable y se alimenta de nuestros miedos; esperar porque la fuerza no nos abandone ni en la peor circunstancia, esperar cuando la esperanza se vuelve esquiva parece cosa de tontos…
Pero por suerte  hay muchos tontos, que llevan por armadura un alma noble y  ofrecen sus manos, sus ojos, su tiempo, su afecto, su conocimiento, su entrega y su fe para que cuando los nuestros no sean suficientes podamos contar con los suyos y sólo esa ayuda hace posible que un pequeño rayo mantenga la ilusión de que hasta lo más absurdo puede ser realidad.
Sólo quienes hemos transitado por ese túnel tenemos la certeza de cuan desgarradoras pueden llegar a ser sus paredes, en los últimos meses entro y salgo de él como si fuera un círculo vicioso del que no logro escapar, mi abuela nos tuvo en vilo mucho tiempo en un combate desigual con la muerte que finalmente perdió el pasado mes de agosto, mi hija me retuvo en él por varios días en abril y aunque su vida está fuera de peligro sigo llena de  espanto, ahora mi abuelo el “Jiquí” de la familia de manera sorpresiva a pesar de sus 93 años nos apresa con un derrame cerebral sufrido hace tres días y que todavía no logra rebasar.
Dicen que el dolor causa heridas en el corazón, si es así por cursi que parezca tengo el mío hecho añicos y sangrante, una pena enorme que me aplasta y que ni las buenas noticias, ni la recuperación de India logran espantar; ya sé que la muerte es la única certeza con la cual llegamos a la vida, pero no quiero que siga llenando su repisa con trofeos amados por mí.
Abuelo, en la distancia pongo sobre ti todo el amor que te tengo, el de mis hijas y la esperanza en que sigues siendo ese hombre fuerte del cual tres generaciones aprendimos que la derrota no es una opción.

2 comentarios:

Lola dijo...

Contigo. Lola

Yolanda Molina Pérez dijo...

Gracias, creo que por estos días compartimos estado de ánimo, pero ya nos pondremos al tanto, un beso con cariño y buenos deseos...