Quizás porque desde el mismo
inicio del mes estamos abocados a celebraciones que exigen un despertar de la
sensibilidad y el humanismo, pero diciembre es un mes propicio para la
generosidad y el renacer de esperanzas, pues al terminar un año, bueno o malo,
según las expectativas que teníamos, deseamos con frenesí algo mejor, está en
la naturaleza humana.
También forma parte de
nuestra esencia ancestral desear más allá de lo probable, son esos sueños
acariciados primero como utopías, los que han hecho al hombre, entendido como
especie, subir constantemente el rasero de sus límites.
Hoy es imposible poner una
frontera precisa entre imaginación y realidad, los desarrollos tecnológicos y
avances científicos desdibujan los contornos día a día, en el medio, nosotros,
apresados queriendo pertenecer a nuestro
tiempo y en lo posible ser protagonistas.
Esa carrera no pocas veces
lleva desde la arrancada el desenfreno propio de la locura y en cada zancada
dejamos caer justamente esas cosas que nos han convertido en la casta exitosa y
reinante del planeta que somos.
No siempre obramos regidos
por el raciocinio, como máxima expresión distintiva humana, sino por la oportunidad; amparados por esa
capa de invisibilidad moral que es la conveniencia personal.
En nombre de profesiones y
oficios relegamos la condición primigenia de seres humanos forjados al abrigo
de una familia, comprometidos con los afectos y vínculos interpersonales más
allá de los aprietos que exija el entorno social, para que el Señor Tiempo nos
permita multiplicarnos entre obligaciones que placenteras o no, retribuyen al
ego el pobre tributo del halago, sin detenernos a pensar sólo un instante la
justeza de su merecimiento.
Para algunos especialistas
resulta preocupante que patologías que hace dos décadas despertaban un signo de
alarma y atención sobre un niño, hoy sean sólo diagnósticos cotidianos, de
trastornos sicológicos, sin duda algo andamos haciendo mal, mirando siempre
hacia las cifras, porque no hemos aprendido a contabilizar el cariño de otra
forma que en expresiones físicas o demostración de generosidad.
Son tiempos de escases pero,
¡la incondicionalidad es tan barata!, y ni que decir de las palabras,
derrochadas en vana oratoria cuando quedan tantas por decir, y hay aún un
montón mayor que escuchar.
Otros 12 meses han pasados
por nuestros cuerpos y espíritus, algunos seres queridos ya no estarán
presentes este fin de año, algunos serán tan lejanos que no podremos
alcanzarlos ni con la nostalgia, la voz o el deseo. Habrá silencios, vacíos,
ausencias, disgustos…pero también alegrías, sueños y pretextos sobre los cuáles
erguir las magulladas carnes de andar por la vida.
No faltarán nuevos amigos,
niños sanos, amores renovados y otras lindezas a las que miraremos con ojos
ungidos de primicia.
Para este 2014 precisemos de
las cosas simples pero exclusivas, que nos distancian de los animales,
recuperemos esos besos perdidos en las mejillas de nuestros padres o hijos, la
disculpa pendiente, liberemos a las manos para que prodiguen caricias preñadas
de ternura, afiancémonos en la riqueza de la originalidad, sin escamotear
palabras afectuosas.
Tenemos derecho a dar y
recibir los abrazos dejados en la prisa, disfrutar de una conversación diáfana
ajenos a la selección minuciosa del vocablo para escudar las apariencias, a ser
nosotros mismos invocando la antigüedad que nos asiste y magnificar en el decimocuarto año del tercer
milenio de la era de Cristo al primer primitivo que compartió su caza por
magnificencia y no para sobrevivir, aquel que multiplicó el deseo al mezclarlo
con amor, seamos defensores de cada virtud humana moldeada por siglos de
evolución, a fin de cuentas aunque imperfectos siempre podremos ser mejores.
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