Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, nació el 21
de diciembre de 1920, cumpliría ahora 93 años, pero a los 15 ella dejó de
existir, al menos no fue reconocida más por ese nombre al tomar el apellido de
su esposo y transformarse en: Alicia Alonso.
Rebautizada así, conoció la
fama y conquistó a multitudes, desafiando adversidades y llevando su cuerpo
hasta límites inimaginables…; tempranamente los médicos dijeron que debía
renunciar a la danza por las limitaciones visuales, ella encontró maneras para
estar sobre el escenario y poner en él la luz que faltaba en sus pupilas.
Alicia Alonso cumple 93 años, pero nadie puede decir que es una
anciana, según sus cálculos ni siquiera llega a la mitad de la vida, por ahora propone sea de 200 diciembres, “no
exagero, quizás después quiera un poco más y entonces empiece a exagerar”
asegura entre risas mientras enumera planes para el futuro.
Con gran lucidez evoca la infancia y los inicios en el ballet,
confiesa “yo nací bailarina”, recuerda
como a los nueve años le gritó a la mamá
desde el escenario “esto es lo que más me gusta en el mundo”, se inclina, apoya las palmas sobre las piernas
y recogida sobre sí misma pregunta “¿usted
sabe lo que es saber lo que más le gusta a uno a los nueve años?”
No lo sé, esas certezas habitan
en pocos seres, los elegidos para la trascendencia y excepcionalidad, el resto
miramos desde la orilla sin siquiera pretender el remedo, sobrecogidos por algo
que llamamos veneración.
Sin aguardar la respuesta, sigue
hilvanando retazos de pasado que en su voz, ademanes y prolijidad de detalles parecen
sucesos recientes, la felicidad vigoriza la remembranza y mueve con gracia,
destreza y elegancia las manos simulando el toque de las castañuelas aprendido
en el primer viaje a España para complacer al abuelo, como si hiciese falta otra validación
confiesa “porque a mí me gusta bailar”.
El debut escénico en Giselle, acompañada por el bailarían y coreógrafo Antón Dolin, marcó el lanzamiento de su carrera artística, a 70 años de ese suceso, dice el crítico Pedro Simón., “colocó a Cuba y Latinoamérica en el mapa de la danza universal.” |
Bendita preferencia que la hizo hechicera, porque pudo a su capricho
ser muchas mujeres a la vez, portando la fragilidad de Giselle, la sensualidad
de Carmen, trastocándose en Julieta, Yocasta o una diva como María Callas,
rompió vuelo como pájaro azul y traspasó el arcoíris para llegarnos convertida
en cisne. Alicia domina el arte de la reencarnación.
A 93 años dice que sólo siendo necesaria puede desafiar a algo más
poderoso como la muerte, pero esta vez la sé equivocada y es que el tiempo y la
danza son perpetuamente suyos, al menos de este lado del hemisferio desde donde
afrontó a quienes negaban a los latinoamericanos el privilegio del ballet
clásico y se irguió como templo sagrado,
también como faro e inspiración.
La cubanía, urdida como capacidad creadora de los nacidos en esta
tierra, bendecida por la insularidad inevitable, es maximizada en figuras como
Alicia Alonso: precursora, transgresora e imprescindible en la historia, no
sólo cultural, sino como conglomerado de sucesos significativos para una
nación; ella fue y es musa para
contemporáneos, desde las
palabras late el orgullo patrio, al
reconocerle la perfección intangible que reinventa y alimenta continuamente la
gloria isleña.
Su grandeza está más allá del
escenario y a la par del goce personal forja un legado mayor: la escuela cubana
de ballet.
Pinar del Río tiene el privilegio de insertarse con aportes concretos
a ese cuerpo de baile, posee el municipio que más bailarines tributa a la
institución, pero ese no es el único vínculo con la prima ballerina, que
atesora los lazos de su padre con esta tierra y los reverencia.
Cuando el hoy Ballet Nacional de Cuba, llevaba el nombre de Alicia
Alonso, actuó para los pinareños y dejó sonados titulares en la prensa local de
aquellos años; ella conoce esta tierra desde dentro y es literal, porque
participó en excavaciones arqueológicas junto al investigador Núñez Jiménez y
su primer esposoFernando Alonso en la zona de Viñales.
En los últimos años ha realizado varias visitas a la provincia y en
todas patentiza el cariño por los vueltabajeros y la región.
Pero sería vanidad de aldeano regatear exclusividades territoriales
porque su maestría trasciende cualquier frontera, y lo sabe, confiesa ser portadora
del lenguaje universal del arte, pero sin pretensión, sólo como entendida en
códigos que pueden prescindir de la palabra ante la agudeza creativa.
Duda entre enrojecer de vergüenza o henchirse de orgullo por la magnitud
de los elogios, los homenajes los recibe como tributo a su trabajo y no a la
mujer, niega la Diosa que vive en ella, admite a la bailarina comprometida que
precisa devolver los aplausos, porque los lleva dentro y quiere compartirlos,
entregarlos como ideas nuevas que portan la experiencia con el beneficio del
magisterio.
Paradigma de unos, ídolo de otros,
Alicia tiene el privilegio de los
afectos multiplicados por todo el planeta y de alguna manera traspasa los
límites humanos al insertarse en la posteridad; sigue alimentando la leyenda en torno a sí,
deshaciendo mitos para reinventarlos a su antojo creador; derrochando vitalidad, sentido del humor;
sembrando sueños e ilusiones.
Miles de pupilas la retendrán sobre el escenario sostenida por la ingravidez,
exacerbando la percepción de lo inusitado, sembrando dudas entre misticismo, talento,
consagración…, cautivando y cultivando a un público deseoso de infinitud: deja
la duda entre lo real e imaginario; la sensualidad del gesto no requiere de otra
explicación que la sagacidad del ojo que encandila, sobre el escenario la
exquisitez técnica, el resto, aún
visible, constituye el arcano de la excepcionalidad. Cesa la voz, pero no hay
silencio; su cuerpo fue, es… será,
vocero de almas.
Hija de un reconocido veterinario, el amor por los
animales
y en especial los per es una de sus pasiones,
Soli, diminutivo de
solitaria es beneficiaria de ese cariño.
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Es portadora de la sencillez y sensibilidad de los grandes, se
engalana para asistir con puntualidad al encuentro con “Soli”, la perrita
callejera que alimenta frente a su casa cada mañana, y todavía la emocionan los
homenajes y elogios.
No volverá a ser Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del
Hoyo, porque vive como Alicia Alonso y así estará por siempre, felicitemos
entonces este 21 de diciembre, no a la niña que nació en 1920, sino a la
bailarina que surgió de ella.
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