“La patria necesita
sacrificios. Es ara y no pedestal.”
José Martí.
Los pinareños están de celebración, este 10 de septiembre
conmemoran el 147 aniversario de la tenencia del título de ciudad, para unos
citadinos tan jóvenes queda mucho por aprender.
Los pinareños presumen de su origen, y no les amedrenta la
imagen creada por los cuentos, ni fatalismo geográfico o cosa similar, esgrimen
como hábiles espadachines la condición de hijos de la tierra del mejor tabaco
del mundo y de gente tan buena y generosa, que las malas lenguas consideran
“bobos”, al confundir humanismo con incapacidad.
Los pinareños aman su ciudad, tejen desde la remembranza una urdimbre de
esplendor para arroparla y cubrirle las visibles huellas del tiempo, el
descuido, el maltrato y hasta el abandono.
Los pinareños alimentan la nostalgia por la Patria
chica, buscan con frecuencia éxito fuera
de la localidad pero vuelven para beber
de la sencillez que alimentó sus raíces,
porque el triunfo sabe mejor al festejarlo con sus conciudadanos.
Los pinareños sueñan una ciudad donde la nostalgia crece e
idealiza hasta llegar a utopía, y es quizás esa abstracción la que los aleja de
acciones concretas con las cuales estar más cerca de lo que quieren y desean
para este complejo urbanístico, erigido
como la capital del occidente cubano.
No es con lamentaciones y quejas que llega la solución a los
problemas; la ciudad sangra porque los
inmuebles que un día fueron motivo de orgullo perecen lentamente, no serán
milagros los que les devuelvan la vida,
dicen algunos entendidos en la materia que las edificaciones necesitan vida en
su interior, pues de a poco puede insuflárseles, recuperando milímetro a
milímetro, centímetro a centímetro,
metro a metro…, esos espacios inscriptos en la historia colectiva y
generacional merecen nuevas
oportunidades.
Hacen falta voluntades, recursos y también iniciativas,
aprender de las experiencias que han funcionado en otras partes y sin ser
copistas adecuar a las circunstancias esos métodos, es cierto que el impacto de
los huracanes en el fondo habitacional, jerarquizó las prioridades, pero esas zonas
comunes cuya recuperación alegrará a todos también exigen estar en agenda.
Lo que más necesita esta ciudad es que la sepan amar, para
los que no tienen como ayudarla, basta con no dañarla, con cuidar lo que
hicieron otros, vivir en ella y para ella, no de ella, ni de sus habitantes.
Los pinareños precisan aprender a amar, que no es decir te
quiero y ofrecer mimos y abrazos, el verdadero amor es ese que llega a
través del respeto, la consideración, el cuidado, la anteposición de las
necesidades del ser amado, Pinar convoca desde los versos martianos para
ser más ara que pedestal.
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