Nunca más abriré la puerta de la casa y estará ahí parado frente a mí
con los restos de una cabellera blanca sobresaliendo bajo la boina,
nunca más compartiremos una taza de café, o nos carcajearemos hasta
perder el aliento, nunca más intercambiaremos bromas sobre esas cosas
cotidianas de las que es mejor reírse que pensárselas, nunca más nos
burlaremos de la adversidad o compartiremos una cerveza bien fría, como
le gustaban a él, nunca más llamará preguntando por todos en casa,
pendiente de los cumpleaños, la salud, el trabajo…
Nunca más estaré
una mañana de sábado o domingo esperándolo y es que nunca más Ary Fernández tomará vida para ofrecérnosla con la generosidad que sólo él
sabía hacerlo. Preocupado por el bienestar de otros más que del propio.
Hoy murió un gran neurocirujano, pero la excelencia de su desempeño
profesional palidece ante el ser humano, siempre será para mí un hacedor
de esperanzas, un hombre al que por su energía era difícil verlo como
un anciano, con sus maneras de caballero, la impecable manera de vestir,
la constante referencia a su esposa para todos Rafaela y para él: Mica.
Ary deja tras de sí a una familia que le amaba pero más allá de los
vínculos sanguíneos los amigos y pacientes sentíamos por él una
veneración indescriptible, la ganó con la devoción por su trabajo.
Lo recuerdo emocionado cuando le mostramos el primer corte del
documental que le hicimos, feliz como un niño en la premier o cuando la
presentación en el Festival Internacional de Cine Latinoamericano de La
Habana, contando como lo llamaban a raíz de su publicación y
calificándolo como “el lacrimógeno”, porque casi todo el mundo le decía
que lloraba al verlo.
Ary será una gran carencia en todo lo que nos
queda de vida, y se fue en deuda conmigo, porque alguna vez ante el gozo
que le produjo el documental me preguntó ¿cómo yo puedo pagarles lo que
ustedes han hecho por mí? Y por aquello de que el trabajo no se regala,
lo dejé bien claro: “me viene a ver todas las semanas, nos tomamos una
taza de café, hablamos un poco de la gente y estamos en paz”, pero ese
precio llevaba implícito que el acuerdo era por muchos años, lo
conocimos por menos de 36 meses y llegó a ser uno más de los nuestros,
alguien que conquista de esa manera no debe estar por tan poco tiempo.
Vuelve la muerte triunfal a ganar la partida, y trunca la existencia de
alguien dejándonos la vergüenza del dolor, la impotencia ante lo
inevitable y la desesperanza al constatar nuevamente la frugalidad de
nuestras existencias. Adiós doctor, en nombre de tantos que lo seguirán
llamando profesor, de los que lo seguiremos recordando, de los que
salvó, de los que curó, de los que acompañó, pero sobre todo en nombre
de la medicina cubana en la cual dejó una huella, moldeada por los
conocimientos, el espíritu emprendedor y la sensibilidad exclusiva para
el tratamiento a los enfermos y familiares.
Un beso, que dure el
tiempo en que volveremos a vernos, en futuras reencarnaciones, donde
coincidiremos en algún lugar bebiendo una taza de café caliente, fuerte y
con poca azúcar, hasta entonces sepa que cada día levantaré la mía
pensando también en usted.
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