Una, dos, tres, cuatro… veces el aroma del café inunda la
casa y llega en tazas hasta el portal, a veces Daisy las conduce, otras Miguel
porta la bandeja y el exquisito brebaje que bebemos sin prisa, incentiva la
charla que se mueve en espiral buscando siempre más allá de lo real y
circundante.
Es agradable visitar un lugar donde te sientes como en casa,
la brisa que corre por el portal, los confortables sillones y la excelencia de
la compañía adormecen el cuerpo y agitan el pensamiento en intercambio
constante de ideas. El diálogo fluido pausa el tiempo, a horcajadas sobre un mogote el dios Crono cuestiona sus poderes.
Miguel vuelve una y otra vez sobre las bellezas del paisaje,
los testimonios exclusivos que atesora de ese andar peregrino entre montes para
encontrar la historia en voz de los protagonistas, las cuartillas por escribir,
las cosas por contar…Daisy dibuja en el aire los logros de sus muchachos y es
fácil imaginar el escenario, el deslumbramiento de los espectadores y el
regocijo es palpable por las victorias ajenas que siente como propias.
Y entonces yo, con la manía del periodismo pienso en la
frase “rescate de la cultura y tradiciones locales”, la siento
vacía, hueca y sosa, porque de tantas veces hecha por mano propia o de
colegas, ya es baladí; no alcanza para
la obra que ellos tejen en su comunidad, tampoco creo que la palabra amor pueda
contener la pasión de su labor y siento la poquedad de los vocablos ante la
ilusión de alimentar sueños.
Sentados en el portal, Miguel, Daisy, mi esposo y yo jugamos
a las cartas, repartimos juego y vamos poniendo sobre la mesa los proyectos
comunes e individuales, y no vale la pena negar que mientras alguien baraja, una mano deja caer los dados de la
desilusión, levantando molinos derribados o vislumbrados en el horizonte, pero
con el próximo naipe ya olvidamos la derrota, de nuevo trenzamos esperanzas.
Miguel y Daisy son un matrimonio viñalero para quienes su
tierra es la mayor fuente de inspiración, la casa dejó de ser el espacio
familiar para formar parte de la comunidad, ellos abren desde su portal una
Ventana al Valle, que es más que un proyecto sociocultural, para ser alma
patrimonial.
Aparece de improviso algún integrante, autoridades del Partido,
el Gobierno, la Juventud, Educación, Cultura, solicitando un guión, la
concepción total de un espectáculo o algún solista en particular, ya sea
declamador, bailarín…
La dinámica hogareña gira en torno al proyecto Adriana y
Malena, sus hijas forman parte de él, y
la casa es sede, almacén de vestuario, de instrumentos musicales, dirección,
local de ensayos, centro de información, con una multifuncionalidad que
embriaga de optimismo.
Miguel y Daisy son promotores naturales, les preocupa y
ocupa lo mismo una décima, un evento, un baile, un testimonio, el medio
ambiente, la música, la literatura…el barrio, el municipio, las comunidades a
las que llegan de paso como portadores de cultura, entretenimiento y arte.
Ya han sido muchas las horas de conversación y pocas las
visitas, no tenemos evidencia gráfica, nos sentimos tan a gusto que las cámaras
quedan en sus maletas, uno no va a la casa de los amigos a trabajar. Las fotos
que acompañan este trabajo fueron tomadas del sitio oficial del proyecto Ventana al Valle.
Tal vez sea por sus dones de anfitriones, por la magia de
los mogotes que tienen regada en su patio, por un optimismo contagioso, quizás
sólo sea el encanto de dos buenas personas que comparten con generosidad
impropia de estos tiempos, pero en casa de Miguel y Daisy todos parecen amigos desde
la infancia, la conversación se torna confidencial a los pocos segundos, y
entre tazas de café, saludos y cigarrillos el tiempo se escurre con
imperceptibilidad pasmosa.
Daisy Amador Marrero, licenciada en Español y Literatura y
Miguel Ángel Díaz Catalá, escritor, llevan la batuta de un grupo de niños,
jóvenes y adultos que encuentran a través de sus talentos artísticos la
utilidad de la virtud.
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