lunes, 22 de octubre de 2007

Vivir más intensamente

Por Yolanda Molina Pérez.


El hombre moderno ha entendido como un signo del desarrollo de las culturas antiguas la tenencia de calendarios, (más o menos exactos), el simple hecho de haber encontrado una manera de contabilizar el tiempo parece hoy día una prueba inefable de adelanto “para aquella época”.
Si por fin nos ponemos de acuerdo y no extinguimos la vida de la Tierra, ¿qué les parecerá a los descendientes de los humanos dentro de 2000 años nuestra actual manera de contar el tiempo? ¿Qué será para ellos el tiempo?
Evadiendo definiciones físicas y filosóficas, para las personas el tiempo tiene un sentido individual que puede ser: obsesión, enemigo, aliado, indiferencia, vida, muerte, alegría, tristeza, relativo… y aunque puedan parecer modos excluyentes no lo son.
Para el hombre es un viejo sueño poder detenerlo y manejarlo a su antojo, o al menos derrotarlo pero su inmaterialidad y carácter global lo hacen invencible.
¿Por qué esa manía de aferrarnos al tiempo? Quizás porque heredamos desde nuestros ancestros cavernícolas la única certeza que llega junto con la vida: LA MUERTE, y desde el nacimiento y hasta ella gozamos del tiempo, después él sigue su ruta infinita pero el segmento de nuestra existencia acabó.
La forma de medir el tiempo es muy diversa, los antiguos usaban frecuentemente las fases de la luna pero era un modo inexacto, esta medición llamada mes lunar o sinódico, daba lugar a un año lunar de 354 días, 11 días y cuarto más corto que un año lunar, como consecuencia cada cierto tiempo había que hacer anexiones de otro mes para lograr la coincidencia de las estaciones.
Entre los mayas, la cronología se determinaba mediante un complejo sistema calendárico y matemático… se basaba en una doble contabilidad: el ritual o tzolkin (de 260 días) y el solar o haab (de 365 días). En el calendario solar, el año comenzaba cuando el Sol cruzaba el cenit el 16 de julio; 364 días estaban agrupados en 28 semanas de 13 días cada una, y el Año Nuevo comenzaba el día 365. Además, 360 días del año se repartían en 18 meses de 20 días cada uno. Las semanas y los meses transcurrían de forma secuencial e independiente entre sí. Sin embargo, comenzaban siempre el mismo día, esto es, una vez cada 260 días, cifra múltiplo tanto de 13 (para la semana) como de 20 (para el mes). Un ciclo de 52 años solares o de 73 rituales sumaba 18.980 días y se denominaba rueda calendárica.
El calendario maya se calcula que se remonta al siglo I antes de Cristo y se le considera el más exacto de todos los que antecedieron el gregoriano creado en el siglo XVI y cuyo uso se generalizó en la zona occidental a finales del siglo XIX.
Otras culturas también tuvieron sus calendarios muchos de ellos basados en las celebraciones religiosas, como el musulmán que aún se encuentra vigente en naciones donde es generalizada esta fe. Se calcula a partir del año 622, el día posterior a la Hégira, o salida de Mahoma de La Meca a Medina.
También de carácter religioso es el judío, inalterable desde el año 900 y oficial en el estado de Israel y usado por todos los practicantes del judaísmo en el mundo para la conmemoraciones religiosas.
El punto de partida de la cronología hebrea es el año 3761 antes de Cristo, la fecha de la creación del mundo según se describe en el Antiguo Testamento. El calendario judío es lunisolar, basado en meses lunares de 29 y 30 días alternativamente. Se intercala un mes extra cada tres años, de acuerdo con un ciclo de 19 años.
Cuéntense por el calendario que se cuenten los años van marcando el ciclo biológico de los humanos y si algo nos preocupa del paso del tiempo es el hecho de dejar de celebrar un nuevo onomástico, de acuerdo a las circunstancias la variable temporal cambia su valor, no numérico sino espiritual.
¿Qué son 10 años para dos personas que se aman y han vivido juntos en paz y armonía?, apenas un instante. ¿Qué son 10 años para dos personas que se aman y causas ajenas a sus voluntades los mantienen separados?, una eternidad.
Hay evidencias científicas de que los animales también tienen un reloj biológico, tal vez no se rijan por almanaques pero llevan un instinto horario, para una mosca doméstica que vive como máximo 10 días 12 meses serían la conquista de la eternidad, sin embargo una tortuga que vive 152 años, cuando un elefante caduca al siglo de existencia, apenas ella se encuentra en la plenitud de la vida.
Los humanos vamos desafiando lentamente al reloj de la muerte, alejando el momento en que cese el tic-tac, la longevidad es un estado alcanzable, especialmente en nuestro país donde cada vez son más los centenarios que nos embriagan de ánimo al ofrecernos su lucidez.
Contar el tiempo es sólo un pretexto para el hombre, la memoria, es una obsesión milenaria que nos sigue y no se conjura con mejunjes, piedras filosofales o fuentes de juventud, la eternidad corporal está vedada a los humanos.
La única manera de salir victoriosos frente a él es vivir cada segundo de una manera más pura, más limpia, más alegre, más útil que el segundo anterior, este fin de año cuando sustituyamos los calendarios gregorianos del 2006 por los del 2007, hagámonos el propósito de vivir más intensamente, para que el tiempo deje de ser un enemigo y se convierta en un buen mensajero que siempre nos trae cosas mejores, algún día el nuestro acabará, pero que el fin nos sorprenda con una sonrisa, que acompañará al llanto de un niño que en ese instante de cuerda a su reloj.

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