Lo que para último se deja, para último se queda, pensaba dejar como última entrada en mi blog un trabajo que escribí hace nueve años al nacer mi hija mayor y que expresa a groso modo lo que para mí significó la maternidad, sin embargo no lo tengo digitalizado y es un poco extenso, ya no me alcanza el tiempo para hacerlo, dejo estas líneas como felicitación para las madres que anden por aquí, para las madres de los que lo hacen o las mujeres que dieron a luz sus hijos. No soy devota de los días marcados para una celebración, pero sí de la maternidad y sus encantos aunque a veces llegue a ser un verdadero quebradero de cabeza.
Voy para Holguín estaré con las madres que más quiero, aquellas a las que debo la vida y el ser como soy, a mi regreso batiré las alas, lo prometo...
Somos los humanos los más desvalidos e inútiles seres vivos al nacer, pero la naturaleza no comete errores y es esa incapacidad para la sobrevivencia el pretexto del cual nace una de las cosas más hermosas que existen: El amor de madre.
La mujer hace del baño un ritual en el que se va más allá de la higiene del cuerpo, son caricias de rocío para la fina piel que se siente como una prolongación de la propia, el alimento no es sólo sustento indispensable para la vida, es dulce néctar de alma, son hebras de fantasía que viajan en cuchara trastocada en avión o hada milagrosa que multiplicará la belleza y la virtud en ese diminuto cuerpo.
Es el llanto de un niño, de su niño, la más imperiosa orden que conoce la madre, hasta la más voluntariosa y rebelde depone sus armas para volverse pétalo suave y ofrecer su regazo como consuelo, sus brazos como cuna, su pecho como almohada.
La madre brinda la primera caricia, el primer regaño, nos inicia en el sacramento del beso y los abrazos, nos unge con su aliento vitalicio, nos inicia en los misterios de la ternura, hace un altar para sus vástagos, sin embargo no se sorprende cuando bajamos del pedestal en la adultez y le hacemos la destinataria de nuestros tributos, ella sabe que los merece, pero no se envanece sino que multiplica sus mimos y con la humildad de los grandes nos devuelve los desvelos.
La madre hace el milagro del amor desde su vientre fecundo, nos da la vida y nos hace a ella, somos sus eternos deudores, ese crédito se cancela con un leve pero sincero roce de labios sobre sus mejillas, unos brazos fuertes apretando su cuerpo y el susurro de un te quiero mami, ¡Felicidades!
Estas son mis princesas, para mí niñas preciosas y no creo que sea ceguera de amor de madre, aunque algo de miopía afectuosa pudiese velar mi mirada...
1 comentario:
De miopía nada, las niñas está verdaderamente preciosas, tienes que estar loca con ellas, y tu marido no digamos.
Un abrazo
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