martes, 20 de mayo de 2008

Recuerdos desde la carretera

Para Francisco, animal de carretera.

Una de las cosas que me desató la nostalgia en este viaje, fueron precisamente los viajes por carretera, primero desde Bayamo hacia Holguín, cuando regresábamos de pasar con mi abuela el Día de las Madres, salimos en ese ocaso del atardecer que da por sí solo una quietud al paisaje que propicia el recogimiento.
Desde el carro miraba las casas a orillas de la carretera y volvieron mis años de infancia, cuando justamente habitaba una casa de campo ubicada en un barrio llamado Babiney, en el municipio Cauto Cristo, fui de esos pobladores de orillas de carretera que buscan en el asfalto distante a unos metros de su portal un poco de movimiento para escapar de la rutina.
Recordé aquel refrescante piso de cemento pulido de la casa en el que nos acostábamos en las tardes para huir del calor y alejarnos un poco más del vapor que nos castigaba desde el techo de zinc, el amplio patio donde Tino, un tío abuelo que vivía al lado cultivaba hortalizas frescas durante todo el año, la frondosa mata de mangos Piña, para mí el más aromático de todos los que se dan en la isla, los corrales con los animales al fondo del patio, cerdos a un lado, aves al otro, la mata de melocotones orgullo de la familia, el gozo de poder cosechar sus frutos de escasa masa, pero toda una gloria en medio del trópico y sin más tecnología que el cuidado prodigado a la planta.
Sentí aromas inolvidables, como el del café hecho en colador cuando apenas despuntaba el día, el arroz con leche de Estrella la esposa de Tino, sus natillas congeladas acompañadas con merengue, los arroz con carne de puerco de mi madre, escuché de nuevo las risas mías y de mi hermana mientras jugábamos de mano con papi y mami peleaba porque nos íbamos a dar un mal golpe, el sonido del Polski cuando parqueaba en aquel amplio portal que devino garaje y aún quedaba libre más de la mitad de él (y si hago las memorias de los viajes en Polski de mi familia podría publicar toda una zaga).
El sabor, el color y la abundancia de las uvas provenientes de una sola mata que causaba asombro a todos por sus abundantes pariciones y por último las matas de ciruelas, eran muchas mi hermana y yo las recogíamos por turno, las poníamos en un recipiente y nos acostábamos a leer cada una en su cama con ellas al centro y entonces cuando se terminaban volvíamos por más, jamás recuerdo que nos hicieran daño.
En el viaje hacia Pinar del Río pude comprar en la carretera, una amable señora me las vendió e insistió en que podía dárselas a las niñas que ella las había lavado, "confíe en mí tengo niños y nunca la engañaría", me aseguró, aún quedan unas cuantas en mi refrigerador a pesar de las muchas que comimos, y es que acá son menos abundantes que para aquella zona, para mis hijas fue casi una novedad degustarlas, como sucede con las pastas de leche típicas del pueblo de Cascorro y que siempre compro al pasar por ahí.
Es asombroso como una imagen puede desatar un paquete de recuerdos y remontarnos a etapas menos recientes pero vívidas en nuestra memoria, volví a verme de uniforme azul, llegando a la casa para el necesario descanso de fin de semana después de cinco o seis días en la escuela, aquella sensación de que el futuro estaba ahí esperando por mí para regalarme la felicidad, con una vida mucho más sencilla, al menos para mí, sin preocupaciones económicas o grandes conflictos espirituales, sentí tanta nostalgia que empecé a preocuparme por sí estaba empezando a sentirme vieja, pero sobre ese tema tengo aún muchas cosas por comentar.

4 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

Qué regalo más bello, Yolanda, creo que nada me hubiera gustado más. Mira que soy majadero en eso de los regalos, porque es muy difícil acertarme, pero cuando vi el título he estado dudando si leerlo o esperar, como ese paquetito que sabes que te va a gustar y dudas si abrirlo o no, porque mientras no lo abras también lo estás disfrutando. Pero no he resistido y lo leí, palabra por palabra, despacito, muy despacio.
Y qué vida tan hermosa la que sabes reflejar. ¿Por qué los humanos no sabremos poner la mano encima cuando nos sale la carta del paraíso y detener el juego? ¿Es imposible vivir como entonces? ¿Es real esa necesidad de volvernos más serios, menos traviesos, de dejar de paladear el tiempo lentamente? ¿Qué nos impide volver a acostarnos en ese piso pulido? ¿Somos como ese Wakefield que desvió un día un grado el rumbo de su vida y se encontró, después de tantos años, viviendo en un mundo incomprensible?
Sea como sea, qué relato tan hermoso has escrito y qué escritura y qué prosa, Yolanda. Es muy difícil escribir así. Y me parece que este es el filón en el que mejor te expresas, cuando estás lejos de los arrebatos que te consumen y vas dejando caer las palabras con serenidad y ternura. Bella prosa, para releer muchas veces. Gracias.

Yolanda Molina Pérez dijo...

Fmesmenota:
Es una lástima que no seamos capaces de percibir en el momento justo el valor de lo que vivimos, a mi favor puedo decir que en aquel entonces era muy joven, creía que mi familia permanecería unida por siempre, que mi hermana estaría eternamente en la cama del lado, cuando más en la habitación contigua que solo ocupó cuando se casó, no habría creído a quienes me hubiesen dicho que después de 25 años de matrimonio mis padres se divorciarían,que ni siquiera podría asistir al velatorio de mi querido tío Tino (mi avanzado estado de gestación me impidió siquiera pensar en el viaje), jamás pensé que esa casa dejaría de ser nuestra, mi hija mayor la conoció en un viaje con su tía y es una de esas cosas que tiene como irreales, por las historias que nos escucha contar de ese sitio, no creo que supiera entonces que la vida que tenía por delante sería más complicada, llena de responsabilidades en la que muchas veces no queda tiempo para lo mínimo el descanso, seguramente mis padres en aquella época tenían un montón de preocupaciones, pero vivía ajena a las mismas, ¡éramos tan jóvenes!, divino estado de gracia que no vuelve,siento que quedaron un montón de cosas dignas de recordar, trivialidades de cotidianidad que el tiempo y la memoria ha magnificado. Me alegra que te haya gustado y gracias por tantos elogios, un abrazo Yolanda.

Anónimo dijo...

Que bello relato, si parece que estuviera ahí, que placer me da leerte amiga....de corazón lo digo.

Un abrazo gigante y un beso para tus niñas.

María José

Yolanda Molina Pérez dijo...

María José el verdadero placer es saberte de vuelta amiga, un abrazo, mucha fuerza y suerte...